« Un mandoble antiguo oculto detrás de un fresco. Fue forjado con argento estelar, y tiene el poder de cortar a través del hielo y la nieve. »
Cuando las nubes y la niebla escondieron la frondosa capital, cuando las ventiscas incesantes taparon la luz de la luna, todas las vidas y todas las historias fueron interrumpidas por el pilar que cayó desde el cielo azul.
La hija del sacerdote entregó el arma hecha de argento estelar al guerrero que llegó desde otras tierras, y el sonido del viento impidió que su interlocutor oyera sus palabras.
«El cuarto fresco es para ti. Tu imagen permanecerá en este muro para toda la eternidad».
«Por este fresco, y por todo el mundo, te esperaré aquí y rezaré por tu regreso…»
Cuando la hija de esa ciudad sepultada por la nieve se marchitó con las ramas plateadas y sin fruto, el extranjero que estaba destinado a blandir esa espada y romper el hielo estaba muy lejos buscando respuestas.
Aunque relucía como la luna, sus últimas palabras nunca llegaron al lejano viajero.
«Hace mucho tiempo que no veo el cielo azul y los verdes campos. No sé qué colores debo usar para pintar el paisaje libre de nieve que mi padre desea ver».
«Ojalá pudiera verte otra vez…»
Esta fue respuesta que encontró él.
El guerrero finalmente acabó su viaje infructuoso. De su espada goteaba sangre negra mientras andaba por caminos nevados desconocidos. Pero cuando llegó a la gran sala de ese reino de la montaña, el eco de muerte fue lo único que le dio la bienvenida.
«Aquí tampoco queda nada que pueda proteger…»
«Los que están ahí arriba, ¿es que lo único que quieren es ver cómo sufren nuestras cenizas?»
«En tal caso, déjenme que los entretenga con una canción de sangre y acero».
El extranjero dejó entre los frescos el arma de argento estelar que le dio la joven. Y, después, bajó la montaña y fue en busca de una tierra en conflicto que pudiera teñir de rojo sangre.