«Un arco de hierro completamente oxidado. La gente común ni siquiera tiene la fuerza necesaria para levantarlo, y menos aún para disparar sus flechas.«
Un arco antiguo tan duro como el hierro fundido.
Perteneció a un famoso arquero que vio tantos monstruos y bandidos como un carrizo arrastrado por el viento.
El arquero siempre estuvo en búsqueda del dominio de la arquería.
Su cuerda cantaba como un trueno implacable,
y sus flechas brillaban como una lluvia férrea que cubre el sol.
En los últimos días de su vida, el arquero tuvo una revelación:
«Los significados más profundos no se explican con palabras, igual que los mejores arqueros no necesitan usar flechas».
A partir de entonces, nunca volvió a hablar de flechas que chocaban unas con otras en el cielo,
ni tampoco de monstruos malignos derribados por flechas de hierro disparadas con arcos férreos.
El arquero enterró su arma en el suelo y se fue a vivir como un ermitaño en las montañas.
Con respecto a cómo murió, existe una leyenda:
Por las noches, cuando desde su casa se escuchaba el sonido de una cuerda siendo arrancada, salía disparado un brillante rayo de luz púrpura al que ningún monstruo se atrevía a acercarse.
En la noche de su muerte hubo una tormenta. En medio del aullido del viento y la lluvia, no hubo más que un trueno. El rayo que lo acompañó se disparó hacia el cielo, ardiendo como una estrella que explota en el universo.