«Un noble e inmaculado arco de caza de color verde oscuro. Perteneció a una persona que solía cazar en los bosques.«
El color verde de este arco, que perteneció a la Cazadora, era tal que podía camuflarse en la naturaleza. Era tan puro como las bestias de los verdes campos que deambulan por los bosques a la luz del día. Su voluntad nunca fue malvada, y nunca disparó una flecha por otra razón que no fuera la de sobrevivir.
La Cazadora sin nombre aprendió y creció lejos de la ciudad. «Nacimos de las plantas. Mientras haya hierba y sombra, podremos movernos sin obstáculos. Somos igual que las bestias y los pájaros. Mientras sigamos las leyes de la naturaleza, no tenemos por qué temer la muerte. Todos aquellos que sigan las leyes de la naturaleza llegarán a la llanura infinita cuando su vida llegue a su fin».
Siguiendo estos preceptos, la Cazadora nunca dejó rastro de su paso y no luchó contra el orden natural. Consoló a las bestias salvajes que habían recibido un disparo en el corazón hasta que sus vidas retornaron con la madre naturaleza. Pero si aquel accidente no hubiera sucedido… Si ella no hubiera rastreado la sangre que contaminó las hojas… Si no hubiera conocido a ese joven moribundo y ciego bajo el árbol donde ella solía dormir la siesta, entonces, tal vez nunca habría tenido pensamientos de venganza, de sed de sangre y de destrucción…
«Nunca lo olvides, buen Veridiscente. Nunca olvides que tu sitio está en el verde de la naturaleza, hijo del bosque. Nunca malgastes una flecha por la guerra, por la venganza o por gloria. Porque aquellos manchados por la sangre nunca encontrarán campos de caza veridiscentes infinitos en el más allá».
«Al menos, no permitas que este arco sea contaminado por mi venganza mortal. Ya no puedo llegar al otro lado para encontrarme con mi maestro o con los padres a quienes nunca conocí. Pero, al menos, deja que este arco conserve su pureza y que lleve mis pensamientos y arrepentimiento».