En los Caballeros de Favonius, Kaeya es el ayudante más confiable de la Gran Maestra Interina Jean. Siempre puede contar con él para resolver cualquier problema insoluble. Todos en Mondstadt aman a Kaeya, pero nadie sabe qué secretos tiene este ingenioso y encantador caballero.
Kaeya es un joven alto, de complexión delgada y piel sepia, que se destaca por darle un aspecto extraño. Su ojo visible es agudo y bígaro con pestañas largas y la misma pupila en forma de diamante que Dainsleif. Tiene el pelo azul marino, acompañado de mechas de un azul más claro, que mantiene recogido en una larga coleta que le llega hasta la cintura. Su flequillo está cortado en una franja larga que cae sobre el lado derecho de su rostro y casi cubre su ojo derecho. Kaeya usa un parche en el ojo que dice haber heredado de su abuelo, quien aparentemente era un pirata. Más tarde se reveló que era una mentira que dijo para meterse con la gente.
La ropa de Kaeya es ceñida y consiste en una camisa blanca abierta, una chaqueta azul delgada y pantalones oscuros ajustados. Lleva un corsé negro alrededor de su cintura y, a pesar de que su camisa tiene cuello y está sujeta en el cuello con una hebilla y una cadena de oro, su pecho está completamente enmarcado. Lleva una capa que se asemeja a una sola ala sobre su hombro izquierdo, forrada por una piel de piel sobre su hombro derecho. También usa guantes sin dedos marcados con la misma forma de diamante que sus ojos, muñequeras con púas y botas altas. Su Visión está unida a su cadera derecha en su cinturón con una cadena, y un arete azul cuelga de su oreja izquierda.
En particular, mientras que la visión de otros personajes de Mondstadt presenta tres plumas en sus alas, la visión de Kaeya solo presenta dos plumas.
Kaeya es una persona aparentemente segura y encantadora con un don para lo dramático y, a veces, se la considera demasiado relajada. Es sorprendentemente popular entre los ancianos de Mondstadt, incluso se ganó el título de «principal candidato a nieto político».
Parece que le encanta decir mentiras descaradas, pero esta tendencia se convierte en un talento cuando se trata de su papel como el cerebro de los Caballeros de Favonius. Con frecuencia hace esto con ladrones y delincuentes, y luego decide si los arresta o los deja ir libres. Mientras todo caiga en su lugar de la manera que él espera al final, a Kaeya no le importan mucho los medios.
Desconocido para todos los que lo rodean, Kaeya se siente atraído por las emociones negativas de los demás. Le gusta poner a las personas en situaciones de alto estrés y desafiar sus valores, y lo hace tanto con sus enemigos como con sus aliados. Se complace en ver la vacilación en los ojos de sus compañeros en el momento justo antes de que se sumerjan en la batalla con él, al igual que se complace en la mirada de miedo en los ojos de sus enemigos cuando se enfrentan a él.
El carisma y la determinación de Kaeya le han valido la admiración, el respeto y el favor de muchas personas en Mondstadt, aunque su amor por provocar a los demás también le valió la exasperación de esas mismas personas.
Es gracioso que el mejor sitio para encontrar a Kaeya no sea la Sede de los Caballeros de Favonius, sino las tabernas por la noche.
Kaeya suele frecuentar los bares para charlar con otros habitantes y beber el famoso licor Muerte después del mediodía de Mondstadt.
Es sorprendentemente popular entre los ancianos de la ciudad, lo que le ha hecho ganarse el nombre de «el mejor nieto que uno podría desear».
Es difícil pensar que alguien espontáneo, amable y amante del vino sea el Capitán de Caballería de los Caballeros de Favonius. De hecho, suele hacerse amigo de los cazadores y los bandidos mientras bebe, los cuales, por muy alerta que estén, siempre sucumben a la manera en que Kaeya consigue que confiesen sus delitos.
Ante esto, sus respuestas varían desde hacer sus vidas una pesadilla incontrolable, hasta una broma inofensiva: todo depende de cuál sea la confesión.
«Todos tienen un secreto, pero no todos saben qué hacer con él».
Dijo Kaeya con una sonrisa que irritaría a cualquiera.
«La justicia no es un principio absoluto, sino el resultado equilibrado entre violencia y cálculos. En cuanto al proceso real… No hay por qué preocuparse».
Kaeya dijo esto una vez frente al Gran Maestro Varka.
Para Kaeya, el fin sí justifica los medios.
Esta actitud arrogante e improvisada es lo que define a su personaje.
Sin duda la bebida Muerte después del mediodía pega muy bien con su salvaje y explosivo carácter.
Sin embargo, su enfoque imprudente no está exento de polémica.
Una vez, para obligar al líder de un grupo de bandidos a enfrentarse directamente a él, Kaeya activó los guardianes de unas antiguas ruinas para que le cerraran el paso a su oponente, aun a costa de poner en riesgo a sus propios hombres.
En ese momento, incluso Jean, que confiaba en él, hizo un gesto de desaprobación con la cabeza. Pero esto a Kaeya no le importa demasiado. Más bien, disfruta del momento en que se vio obligado a tomar una decisión.
Le gusta apreciar ese momento de vacilación en los ojos de sus camaradas antes de lanzarse a la batalla con él, así como la mirada de miedo de sus enemigos cuando lo dan todo para enfrentarse a él.
El próspero negocio de las bodegas, que cuenta con una larga historia en Mondstadt, atrajo la prosperidad a la ciudad.
Esta atrajo la avaricia, que, a su vez, atrajo a bandidos y monstruos.
Esta amenaza, que se manifiesta de distintas formas, tiene muchas razones para llegar hasta Mondstadt.
Kaeya defiende a Mondstadt de los bandidos y los monstruos no solo con su espada, sino también con su inteligencia y humor.
Había una vez, un joven caballero que dedicó años de su vida a estudiar las amenazas alrededor de Mondstadt. Llegó a una conclusión sorprendente:
Cuando no era temporada de Muerte después del mediodía, los niveles de amenaza y avisos de incidentes disminuían drásticamente tanto dentro como fuera de la ciudad, situación que cambiaba cuando volvía la temporada del licor…
El joven caballero mostró sus hallazgos al Capitán Kaeya con la esperanza de recibir alguna respuesta.
Con una extraña sonrisa en su rostro, Kaeya le contestó al joven y nervioso caballero:
«Interesante. Lo investigaré».
En general, es fácil y agradable hablar con Kaeya. De lo único sobre lo que nunca habla es de su pasado.
Incluso cuando el Gran Maestro le exigió información sobre sus orígenes, Kaeya evitó las preguntas directamente con respuestas extremadamente ambiguas. Dijo:
«Era una tarde cerca del final del verano, hace una década. Mi padre y yo pasamos por el Viñedo del Amanecer».
«‘Iré a buscar un poco de jugo de uva para el camino’, dijo, pero nunca regresó».
«Si el Maestro Crepus no me hubiera acogido, probablemente no habría salido vivo de la tormenta de aquella noche».
Esta pragmática historia oculta una mentira cuidadosamente construida.
La verdadera conversación que se llevó a cabo esa tarde fue:
«Esta es tu oportunidad. Eres nuestra única esperanza».
Su padre biológico apretó sus hombros delgados con la mirada puesta en un lugar lejano.
En el horizonte, podía divisarse la tierra natal de ambos: Khaenri’ah.
Kaeya nunca olvidó esa mirada de esperanza y odio al mismo tiempo.
Muchos habitantes aún recuerdan a los dos jóvenes caballeros más llamativos de todo Mondstadt. Uno de ellos era el impecable Diluc, un elegante espadachín que siempre mostraba una sonrisa amistosa en su confiado rostro. El otro caballero, de mirada exótica, era Kaeya. Era el amigo, el mayor apoyo y el «cerebro» de Diluc en todas las batallas que combatieron juntos.
Eran como hermanos gemelos que conocían los pensamientos y movimientos del otro sin necesidad de mediar palabra. Protegían a Mondstadt tanto en la luz como en la oscuridad.
Hasta que llegó el oscuro día en el que un gigantesco monstruo atacó la caravana que Diluc escoltaba.
Esa fue la primera y única vez que Kaeya falló en su deber.
Cuando Kaeya finalmente alcanzó la posición de Diluc, la situación ya era irremediable. Su padre murió por el mismo poder desconocido que él usó para derrotar al monstruo. Tanto Kaeya como Diluc se sorprendieron por lo que habían presenciado, lo que les hice perder la compostura de caballeros.
«Incluso el Maestro Crepus se rendiría ante tal maligno poder si estuviera en peligro…» Cuando este peligroso pensamiento le cruzó la mente, Kaeya sonrió.
«Este mundo es… interesante».
Ver a su propio padre muerto en un charco de sangre hizo que el camino de los dos jóvenes se separara para siempre.
Entre las páginas de «Las aventuras de Angelos»; encontrarás una lista de nombres escritos en una hoja de papel con membrete oficial de Caballeros de Favonius.
En ella se registran meticulosamente los detalles de los bandidos en la ciudad y más allá, así como mercenarios y Ladrón de Tesoros de nivel medio y superior, para cada uno una entrada con un nombre, posición, área de actividad y perfil personal.
Algunas docenas de nombres están circuladas, con una nota el margen que dice «De lo contrario, las cosas se pondrían demasiado aburridas».
Cuando se le preguntó al respecto, la respuesta de Kaeya fue: «Supongo que debo haberme emborrachado y empezado a garabatear tonterías».
Tu intuición te dice que Kaeya deliberadamente te permitió ver esta lista, pero no tienes forma de probarlo.
La noche en que Kaeya Alberich recibió su Visión, llovía a cántaros.
Anteriormente ese día, Crepus Ragnvindr había utilizado el poder de un Engaño, solo para convertirse en su víctima cuando fracasó. Para liberar a su padre de la insoportable agonía, Diluc Ragnvindr le quitó la vida.
Kaeya era el hermano adoptivo de Diluc, y siempre estuvo a su lado, pero en esta ocasión Kaeya no participó en los últimos momentos compartidos entre padre e hijo.
La lluvia torrencial que se produjo en Mondstadt esa noche parecía ser una señal del dolor de los cielos por la muerte del Maestro Crepus.
Hubo un una parte que Kaeya que mantuvo oculta al mundo. En realidad, era un agente de Khaenri’ah, colocado en Mondstadt para servir a sus intereses. Su padre lo había abandonado en esta tierra extraña y desconocida para cumplir esta misión, y fueron el Maestro Crepus y la ciudad de Mondstadt quienes lo recibieron con los brazos abiertos al encontrarlo.
Si Khaenri’ah y Mondstadt fueran a la guerra, ¿en qué lado estaría Kaeya? ¿A quién debería ofrecer su ayuda, a su padre biológico, que lo había abandonado despiadadamente, o a su padre adoptivo, que lo había amado y criado?
Por mucho tiempo, Kaeya sufrí por estas preguntas sin respuesta, en una contradicción entre su deber y lealtad por un lado, y la verdad y la felicidad por el otro.
Pero ahora, la muerte de Crepus alteró este delicado equilibrio. Se sintió liberado, pero también avergonzado del egoísmo en su manera de actuar. Como hijo adoptivo, debió haber salvado a Crepus, pero llegó demasiado tarde. Como hermano, debió haber compartido el dolor con Diluc, y mientras su padre yacía moribundo en el suelo, él se quedó atrás de su hermano, y ese antiguo complot que se le pasó por su mente. Consumido por el sentimiento de culpa, Kaeya tocó a la puerta de la casa de Diluc.
Mientras la luvia caía, el velo que ocultaba su secreto fue arrastrado por las agua, y la mentira fue revelada.
Había anticipado la ira de Diluc.
Los hermanos sacaron sus espadas, esta vez apuntándose mutuamente. Kaeya sintió que este era su castigo por toda una vida de mentiras.
Pero cuando las espadas se cruzaron, una sensación de un gran poder elemental que emanaba de su cuerpo se apoderó de él. Durante años, se había mantenido fuera del camino y a la sombra de su hermano, pero ahora, por primera vez, se enfrentaba a su hermano como su verdadero yo.
La energía elemental helada y frágil brotó de la punta de su espada para encontrarse con las ardientes llamas de Diluc. El choque de fuego carmesí y hielo azul creó un repentino remolino de viento que los sorprendió a ambos. Este fue el momento sombrío en el que apareció la Visión de Kaeya.
Desde ese día, Kaeya y Diluc han tomado caminos distintos, pero Kaeya nunca lo menciona, así como nunca menciona el origen de su Visión.
Aunque es un recordatorio de una batalla feroz y el premio que ganó a cambio de revelar la amarga verdad, Kaeya lo ve como un recordatorio de que debe vivir el resto de su vida bajo la pesada carga de las mentiras.