Kujou Sara es miembro e hija adoptiva del Clan Kujou, que sirve a la Shogun Raiden. Ella apoya su Decreto de captura de Visiones y lidera tropas para apoderarse de las Visiones. Kujou Sara también se describe como una «Guerrera Tengu» con «alas tan oscuras como un cuervo».
Antes de los eventos del juego, el amigo de Kaedehara Kazuha desafió a la Shogun por su Decreto. Kujou Sara aceptó el desafío en nombre de Baal y prevaleció contra su amigo en el duelo que siguió, matándolo. Antes de que pudiera reclamar su Visión Electro, Kaedehara Kazuha, que acababa de entrar para presenciar la muerte de su amigo, inexplicablemente lo arrebató y huyó de Inazuma.
General actual de la Comisión Tenryou. Es una asesina firme, valiente y ágil en combate. Si la Shogun es el trueno sobre el cielo, Kujou Sara es el rayo del que es difícil protegerse.
Kujou Sara es una mujer con el pelo índigo cortado en un mechón desigual. Ella tiene ojos dorados. Su atuendo es principalmente blanco. Se puede ver una visión eléctrica sujeta a su cinturón. En su cabeza hay una máscara roja que se asemeja a un pájaro, con acentos blancos y una cresta negra.
A pesar de ser una miembro adoptada del Clan Kujou, es inmensamente leal al gobierno de la Shogun Raiden y trabaja incansablemente para crear la eternidad que la Shogun desea, incluso si ella no vive para contemplarla. Aquellos que hablan con ella notan que tiene una actitud despiadada, pero eficiente y severa, adecuada para su puesto en la Comisión Tenryou. Como ocurre con muchos otros samuráis prominentes, Kujou Sara es honorable en su conducta y desprecia las tácticas deshonrosas, como la tortura.
Si bien Kaedehara Kazuha admira a Kujou Sara por su fuerza, no comprende por qué trabaja para una opresora.
En Inazuma, el Decreto de captura de Visiones es la manifestación de la
voluntad de la Shogun Raiden en su búsqueda de la eternidad. Sara es la
fuerza principal detrás de dicho decreto.
Para ella, si se deja el poder de las Visiones en manos de personas con
malas intenciones, los cimientos de Inazuma se desestabilizarían.
Eso no significa que Sara ejecute el decreto sin escrúpulos.
A aquellos ciudadanos que han sido afectados por daños colaterales, intenta
persuadirlos explicándoles los grandes planes de la todopoderosa Shogun.
Además, también prohibió que los oficiales abusen de su poder y se
aprovechen de los civiles en nombre de la autoridad, pues Sara considera
que la corrupción socavaría el prestigio de la Arconte.
Es una pena que la gente común y corriente no pueda comprender la gran
visión de la divinidad, llegando a resentirla e incluso unirse en oposición
a los ejecutores del decreto.
Al llegar a este escenario, Kujou Sara no puede quedarse de brazos
cruzados, por lo que simplemente suspira antes de enfrentarse a sus
enemigos.
Si el shogunato ha podido subsistir y unir la voluntad del pueblo bajo su
poder, ha sido en gran medida gracias al liderazgo de Kujou Sara.
Ya sea en el reconocimiento del campo de batalla, la elaboración del plan
de entrenamiento o la selección de armas y armaduras, Sara está
acostumbrada a tomar las decisiones personalmente.
Durante el entrenamiento diario es muy exigente consigo misma, llegando a
superar con creces la rutina de un soldado común. Incluso a altas horas de
la noche se puede escuchar en el gimnasio el silbido de su arco al
estirarlo.
En batalla, es la primera en saltar en medio de la refriega, liderando a su
gente grácil e imponentemente.
Cuando el polvo de la batalla finalmente se disipa, ella misma atiende a
los heridos, da crédito a los valientes y reprende a los cobardes. Sara
cumple con cada una de sus tareas a conciencia para evitar errores.
Cada una de sus palabras y acciones están bajo el escrutinio de los
soldados. Y es que todos aquellos que han peleado hombro con hombro con
ella la tienen en alta estima.
Ser general es ser el espíritu de la tropa, y como tal, es difícil
encontrar un buen general. Una general tan consumada como Sara es el
orgullo del ejército del shogunato.
Incluso fuera del entrenamiento, Sara se conduce con la misma severidad en
su vida diaria.
Es como si su vida estuviera regida por una monotonía eterna. Todos los
días se levanta a una hora específica, entrena a una hora específica y come
a una hora específica…
Para lo general, como la rutina de entrenamiento, hasta lo específico, como
su dieta alimenticia, Sara tiene su punto de vista particular, y sigue al
pie de la letra los estándares más estrictos.
“Cada tarea debe ser clasificada, cada utensilio debe estar perfectamente
alineado. No debe quedar partícula alguna de polvo en las esquinas, y el
piso debe estar inmaculado”.
Esas son las reglas que Sara se impone a sí misma para el mantenimiento de
la sala de estar.
Se consagra a cada una de estas tareas personalmente, sin solicitar la
ayuda de las criadas.
Naturalmente, ellas no se pueden quedar de brazos cruzados, así que, cada
vez que la ven, tienen que convencer a la señorita Sara de que deje el paño
y que les confíe los quehaceres del hogar.
Tras varias negativas, Sara termina por hacer la limpieza a puertas
cerradas, dejando en la puerta una tira de papel que dice:
“Entrenamiento en curso. Por favor, no molestar”.
A pesar de que Sara ha convivido entre los humanos desde su infancia, aún
conserva algunos hábitos de los tengu. En las raras ocasiones en las que
deja la Oficina de la Comisión Kanjou, suele dirigirse a las montañas.
Ha recorrido cada camino de ellas, así que conoce la topografía de las
cordilleras como la palma de su mano. Incluso ha visto varias de las
criaturas de las que los humanos hablan en sus leyendas.
Entre ellas se encuentran demonios crueles y espíritus bondadosos. Pero,
para Sara, solo son diferentes en su apariencia.
Hubo un tiempo en el que la Oficina de la Comisión Kanjou recibía con
frecuencia informes de crímenes sin resolver. Durante sus andanzas por el
bosque, Sara encontró algo extraño. Pronto descubrió a un tanuki que
llevaba a cuestas un botín mientras huía con prisa.
Los tanuki no son criaturas malvadas, y solo llegan a robar cuando el
hambre así lo exige.
Entonces Sara lo atrapó y devolvió los objetos robados. Siendo una persona
de pocas palabras, le advirtió al tanuki:
“No escaparás de tu castigo escondiéndote en el bosque. Esta es mi última
advertencia. No vuelvas a ocasionar problemas a los humanos, de lo
contrario…”.
El tanuki tenía tanto miedo que no dijo ni una palabra, y solo asintió con
la cabeza, tembloroso. Desde entonces, siguió las reglas al pie de la letra
y nunca más volvió a cometer fechorías.
Por su lado, cada vez que Sara sale de excursión a la montaña, lleva frutos
consigo y los deja en las guaridas de los tanuki.
Aun así, no pueden considerarse como un obsequio, sino como una forma de
consuelo para alguien que ha reconocido sus errores.
Sara ha entrenado con las tropas del shogunato desde que fue adoptada. Por
un tiempo, los oficiales tomaron a Sara por un niño, la enviaron a
entrenamiento desde temprana edad y cuidaron de ella.
Al principio le atemorizaban las multitudes, pero con el cuidado de las
personas que la rodeaban, se volvió cada vez más audaz, e incluso se
atrevía a jugar rudamente con los demás.
Sin embargo, mientras los soldados que armaban un alboroto con ella eran
severamente castigados por el jefe del clan, ella solo recibía una fría
reprimenda.
“No sigues las reglas y te niegas a aprender… si te adopté, no fue para
que te dedicaras a cosas tan triviales”.
A partir de entonces, Sara procuró mantener la distancia con las demás
personas. En lugar de mezclarse con la gente, optó por perfeccionar sus
técnicas de combate. Consciente de que sería la sucesora del líder, fue
cada vez más exigente consigo misma.
“Debo ser la mano derecha de la Shogun, el modelo a seguir de la Comisión
Tenryou, el orgullo del líder del clan”.
Estas son tres caras de Sara que luchan entre sí, sin que una prime sobre
las demás. Pero para ella, esta es su identidad: una general que debe
mantener la calma y la seriedad bajo cualquier circunstancia.
Nadie le ha sugerido que debería pensar más en sí misma, pero tampoco
parece preocuparle demasiado.
Además de su identidad y su propósito, las restricciones de ser una hija
adoptiva y un ser distinto a los demás la han aislado.
Sin embargo, darse por vencida ante tales nimiedades es sinónimo de
debilidad. En el caso de Kujou Sara, no permite que algo así la detenga. Es
la devota más fiel de la Arconte Electro, así como la líder más lúcida.
Muchos establecimientos venden artesanías relacionadas con la Shogun Raiden
como una expresión de su devoción y afecto.
De todos ellos, sin duda el artículo más popular es la figurilla de laca
hecha a la imagen de Su Excelencia, la todopoderosa Narukami.
El mismo día en que el producto fue lanzado, Kujou Sara se levantó temprano
para ser la primera en la fila.
Este incidente se volvió el tema de conversación de todos.
Sin embargo, Sara no le prestó mucha importancia. Para ella, la razón de su
compra fue estrictamente una expresión de su estima por la Shogun.
Y es que, en asuntos relacionados con la Shogun, ella procede con la mayor
diligencia y sin chistar. Ella misma fue, compró los artículos y preparó un
altar para su adecuada preservación.
Cada una de las cinco figurillas de Su Excelencia, la todopoderosa
Narukami, cuenta con un mostrador hecho a la medida, los cuales limpia
personalmente. Si está demasiado ocupada, encarga el mantenimiento de las
estatuillas a un artesano….
Debido a que mezcla los asuntos oficiales con su vida privada, Sara cuenta
con pocas amistades realmente cercanas. Sin embargo, para ella, la Shogun
Raiden no solo es una divinidad, sino que también es su objeto de devoción.
La Shogun es su voluntad, su ambición y su fuente de poder, incluso es una
señal del destino. Es el receptáculo en donde vierte toda su devoción, y su
mayor objetivo es ganarse su reconocimiento y confianza.
La figurilla refinada le hace sentir que la Shogun no está en el
inalcanzable Tenshukaku, y más bien es la sabiduría, voluntad y tenacidad
que le da fuerzas para seguir adelante a cada instante.
Para ella, estos momentos de calma son difíciles de poner en palabras.
Kujou Sara obtuvo su Visión antes que su nombre.
Ella solía vivir en el bosque de una montaña. En algún momento, unos
espíritus malignos desolaron el bosque, y la paz nunca volvió.
A pesar de que poseía la fuerza de una tengu, siendo una niña no tenía
posibilidades de hacer frente a aquellos monstruos. En medio de la batalla,
sus alas sufrieron heridas y cayó desde la cima de un precipicio.
Incapaz de desplegar las alas, y solo podía ver cómo caía hacia su fin.
“¡No puede ser! Creí que podría defender el bosque por siempre con mis
fuerzas…”.
Al día siguiente, al despuntar el alba, unos aldeanos que pasaban por la
montaña la vieron yaciendo a un lado del camino. La niña estaba
inconsciente, pero no tenía heridas, por lo que desconocían cómo había
llegado hasta ahí.
Extrañados, los aldeanos la llevaron de vuelta a la ciudad y se la
entregaron a la Comisión Tenryou.
Kujou Takayuki, el líder del clan Kujou, se dio cuenta inmediatamente de
que esa cosa brillante que la niña tenía en las manos era nada menos que
una Visión.
Que los dioses se fijaran en alguien tan joven como ella… Para Kujou
Takayuki, aquello era un regalo del destino para la Comisión Tenryou.
Así pues, adoptó a la pequeña, le dio el nombre de “Sara”, la formó para
que se convirtiera en una poderosa guerrera y le pidió que sirviera a la
Shogun y luchara por Inazuma.
Kujou Takayuki pensó que, si podía convertirla en una famosa general, la
gente tendría una buena imagen del clan Kujou. De hecho, todo se desarrolló
tal y como lo planeó.
Con el poder de su Visión, la joven Sara demostró su gran talento y,
cumpliendo con las expectativas de todos, se convirtió en la general de la
Comisión Tenryou.
Puesto que poseía una Visión, Sara tenía muy claro que, si consiguió salir
ilesa de aquella caída en la montaña, fue gracias a que los dioses la
estaban observando en ese momento.
Con una sola mirada, le otorgaron poder para toda una vida. Se podría decir
que todo lo que tenía era gracias a la misericordia de la Shogun.
Luchar por la Shogun…
Para Sara, eso no era una orden, no era el plan de su padre adoptivo, sino
algo que ella quería hacer realmente.